Pequeño homenaje a los nichos en las esquinas de la ciudad
Esta no es la primera vez que nos detenemos a hablar de este tipo de detalles en la arquitectura de la ciudad. Hace tiempo le dedicamos unas palabras a la herrería que adorna nuestras puertas y ventanas, pero esta vez queremos enfocar nuestra atención en las hornacinas, un elemento que muy pocas veces volteamos a ver. No porque no sean atractivas —Si no lo fueran ¿cuál sería el motivo de este texto? —, sino porque, para descubrirlas, hay que estar muy atentos y mirar siempre hacia arriba.
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¿Qué son las hornacinas?
Puede que la palabra hornacina no nos sea del todo familiar y por eso a menudo nos referimos a ellas como nichos y aunque, en efecto, lo son, se trata de un tipo de nicho muy particular. Su principal característica es su forma de arco y el hecho de que son huecos abiertos en los muros o esquinas de casas y edificios religiosos.
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Dependiendo de su antigüedad, las hornacinas pueden tener diferentes adornos. Por ejemplo, las que fueron construidas durante la colonia y que habitualmente encontramos en lugares como el Centro o en Coyoacán, donde abundan los edificios de este periodo, casi siempre están coronadas por una venera; una bóveda semiesférica en forma de concha marina muy usada durante el barroco.
Nos gusta pensar que muchas de las hornacinas en la ciudad están adornadas este elemento por su simbolismo relacionado a los viajeros y peregrinos. De esa forma, su presencia fuera de las casas es una manera de ser gentil con quienes pasan por ahí ya sea por peregrinar o como parte de su rutina diaria. Después de todo, el acto de detenerse un poquito para persignarse, dicen los creyentes, es en sí mismo un descanso y recordatorio de fe. Breve pero muy significativo.
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Dónde encontrar hornacinas
Probablemente su relación con los peregrinos y caminantes es la razón por la que encontramos estos adornos con mayor frecuencia cerca de sitios religiosos importantes. Son una versión occidental de las estatuas japonesas de Jizo que, según la tradición budista, sirven como protección a los viajeros y peregrinos que viajan especialmente en la ciudad de Kioto y en los alrededores del monte Misen.
Aquí en México, concretamente en la capital, es más fácil verlos en las colonias cercanas a la Villa donde, obviamente, resguardan imágenes de la Virgen de Guadalupe o en las cercanías de Santo Domingo, hay —muy ocultas— estatuillas de San Judas. Lo mismo ocurre en otras ciudades del país como en Guadalajara donde es común ver hornacinas resguardando imágenes de la Virgen de San Juan de los Lagos.
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¿Y qué pasa con aquellas hornacinas que no resguardan nada? Si bien muchos de estos espacios carecen de una imagen que resguardar, su función sigue siendo casi la misma. Aunque no son paradas para los peregrinos, sí son un descanso para la mirada. Cuando uno se para en una esquina y su mirada se encuentra con un muro alto, encontrar uno de estos nichos, aunque esté vacío, es un descanso para la vista. Por eso, más allá de su utilidad religiosa, nos gustan las hornacinas y su muy particular manera de romper con la monotonía de los muros y las columnas.