Especial de arquitectura: Cómo la Condesa se convirtió en la Condesa
En los años noventa, lo que estaba en auge en la soñolienta y arbolada Condesa era el tataki de atún y la salsa de cuatro quesos. Nadie se interesaba mucho por el art déco, y el principal atractivo de la colonia era la Fonda Garufa. Todo empezó a cambiar con un edificio de departamentos de concreto en Veracruz 79, proyectado por Javier Sánchez, que introdujo el loft living en la ciudad.
Una nueva generación de fotógrafos y diseñadores fue la que, en busca de un estilo de vida más relajado y abierto (así como viviendas que se acoplaran a ello), motivaron a Javier Sánchez a extender su proyecto, Conjunto Veracruz, a los números 81, 83, 85 y 91 de la misma calle. Como marejada de estructuras aparentes, grandes ventanales y dobles alturas, los desarrollos de Sánchez colonizaron poco a poco todos los rincones de la Condesa: Teotihuacan 15, Amsterdam 322, Chilpancingo 17, Parque México 39 y la recién estrenada Torre Amsterdam —el mismo esquema con esteroides.
Otros arquitectos han probado suerte con soluciones de vivienda flexible en la zona, como Amsterdam 130, de ten Arquitectos; Alfonso Reyes 58, de Dellekamp Arquitectos, o Alfonso Reyes 200, de Ambrosi Etchegaray. El Hotel Condesa DF, del mismo Sánchez, en colaboración con India Mahdavi, fue la vitrina perfecta para estas nuevas aspiraciones arquitectónicas del barrio y la ciudad. Hoy, la Condesa es un paraíso para desarrolladores y propietarios, y un sueño distante para quienes nos gustaría vivir tan bien como presumen los renders en las vallas publicitarias.
Esta colonia todavía es una de las zonas más deseables de la ciudad, sobre todo porque su arquitectura está supeditada al diseño urbano, es decir, el conjunto es más importante que la pieza. Pese a las intervenciones mencionadas, el verdadero genio detrás del éxito de la Condesa fue el ingeniero José Luis Cuevas Pietrasanta, quien fraccionó el antiguo Hipódromo de la Condesa y estableció criterios de diseño básicos para la zona; creó, además, espacios públicos generosos y dio prioridad al verde por encima del ladrillo. En 1927 inauguró el Parque México y el foro al aire libre del Teatro Lindbergh. Cerca de ahí están los dos edificios más seductores de toda la zona: el Edificio Jardines —proyecto de 1930, pionero del roof garden con jardineras de granito verde— y el Edificio Basurto —construido en 1945, con su planta en cruz, 14 niveles de terrazas y balcones y una escalera helicoidal que arranca suspiros—, ambos de Francisco J. Serrano. Y también está la Plaza Popocatépetl, trazada por José Gómez Echeverría, que ostenta una fuente parecida a un fragmento de ruina prerrafaelita.
¿Acaso hay una calle en toda la ciudad que sea más apacible y caminable que la avenida Amsterdam? Diseñada siguiendo el trazo del antiguo hipódromo, hoy esta avenida es testigo de las carreras que ocurren sobre el camellón, entre runners enfundados en licra. En el número 63 se encuentra la Casa/Estudio Amsterdam de Teodoro González de León, con su brillante puerta roja y un extraño aire de collage arquitectónico noventero/Memphis.
Si hay suerte, para cuando se publique esta guía quedará algo de lo que fue la Casa Experimental de Juan José Díaz Infante. Prácticamente abandonada desde su muerte, en 2012, la estructura de acero, coronada por una esfera geodésica, se edificó por etapas, como un laboratorio vivo de construcción antisísmica.
Barragán quiso emular a Le Corbusier con sus dos casas frente al Parque México que se conservan bien. También siguen en pie el Edificio San Martín o Edificio del Parque, de Ernesto Ignacio Buenrostro; el Edificio México, de Serrano, y una casa habitación de Juan Segura. A unas cuadras de ahí, en Parque España 55, hay un lindo edificio de departamentos de Mario Pani.
Sobre la calle Mazatlán encontramos los eclécticos Edificios Condesa, del arquitecto británico Thomas Gore, con sus bay windows victorianas y motivos decorativos arts and crafts. Ahí se asentaron, en la década de los sesenta, los primerísimos hipsters de la zona y hasta hoy mantienen su onda bohemia.
Si nos alejamos del corazón de la Condesa, las calles son menos bonitas, pero la arquitectura permanece igual de interesante, por ejemplo, el Edificio acro y el Edificio Insurgentes, con sus terrazas aerodinámicas que alguna vez abrazaron la desaparecida glorieta de Chilpancingo. A unos pasos, el Auditorio Blackberry, de Estudio Atemporal, le inyectó vida al antiguo Cine las Américas, de José Villagrán García: se trató de una operación de despojo de elementos arquitectónicos innecesarios, que incluso hubiera apreciado el maestro del racionalismo. Otra purga constructiva exitosa fue la que llevaron a cabo los arquitectos Max von Werz, Mateo Riestra y José Arnaud-Bello para la nueva galería OMR, en lo que alguna vez fue la gloriosa Sala Margolín: donde había estantes infinitos de discos quedaron sólo columnas rectangulares desnudas, casetones de concreto y muros prístinos para colgar arte de avanzada.
. Más sobre arquitectura local: La arquitectura de Coyacán Santa María la Ribera, San Rafael, Cuauhtémoc y Juárez Polanco