El fantasma de Frida Kahlo se quedó en Coyoacán. Recorre el barrio como leyenda en las camisetas de los transeúntes, en las estanterías principales de las librerías, en los anaqueles más visibles de las tienditas de artesanía y en sus museos o los museos que hacen eco de su vida, estilo y obra. Frente a la plaza de La Conchita, en Coyoacán, está el Parque Frida Kahlo, otro rincón dedicado a ella que, más allá de su naturaleza de monumento, nos gusta por claro y tranquilo.
Al parque Frida Kahlo no se puede entrar con mascotas, bicicletas, patinetas ni pelotas. Está cercado. Abre de 7 am a 6 pm y suele estar más lleno pasando el mediodía. Tiene una fuente, en cuyo centro hay una escultura muy cursi de una mujer postrada; bancas y árboles alrededor. Debajo de un sauce llorón, está una escultura de Frida sobre un Anahuacalli miniatura, ese museo que Diego Rivera construyó para albergar su colección prehispánica.
Del otro lado de la fuente están Frida y Diego colados en bronce, y lo reciben a uno como en una suerte de saludo presidencial, hacia un pasaje que cruza el parque. Hacia atrás se ve el hueco del arco que se extiende hasta el fin. Lo enredan hiedra y bugambilia, que decoran las sesiones de fotos de muchachitos adolescentes. Las sombras delinean el follaje con trazo desenfadado.
Al fondo a la derecha hay un espacio de juegos infantiles. Es un área tranquila, precisa para distraerse viendo niños inventar juegos, donde el más chiquito de los 3 distrae al monstruo, mientras el otro par combate guerreros de su tamaño. O escucharlos planear una economía paralela, donde habría que usar abejas por monedas.
O a un niños que preguntan y preguntan.
– ¿Frida Kahlo es muy famosa?
– Sí
El niño agarra la mano de bronce de Diego Rivera de un lado y la de Frida Kahlo del otro. Forza sus dientes miniatura porque es como le enseñaron a sonreír. Su mamá toma una foto.
Más allá de la carga simbólica, el parque Frida Kahlo nos parece un buen lugar para ir a estar solo, a hacer la actividad que dicte el ánimo.
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