*Actualizado el 25/04/2018
Casi todos los libaneses que llegaron a México lo hicieron porque aquí tenían familiares o amigos que les abrirían la puerta a una comunidad próspera, eso es cierto para casi todos ellos, salvo para los primeros que llegaron a Veracruz por azar. No se sabe bien si vinieron engañados por agentes de viajes que les prometían llevarlos a Nueva York, si lo hicieron tras ser rechazados en Estados Unidos o si entraron al país con la esperanza de internarse por tierra al vecino del norte. Lo cierto es que, aunque no se dirigían a México, éste fue terreno fértil para ellos, en primer lugar por la religión: en Líbano, los católicos maronitas eran considerados ciudadanos de segunda por los musulmanes en el poder; en cambio, en México, los maronitas libaneses pudieron ejercer su credo sin problemas. No sólo eso, su centro de actividad económica, junto a La Merced, estuvo desde el principio convenientemente cerca del templo de Balvanera, donde hasta la fecha se le cuelgan listones a san Charbel, patrono de la comunidad libanesa, para pedirle milagros y venias.
A media cuadra de la iglesia que les sirvió de cuartel espiritual está el Pasaje Balvanera, que une las calles de República de Uruguay y República de El Salvador; ahí, tiendas como Biblos venden, en misceláneas típicas de mercado, productos tradicionales libaneses (jocoque y garbanza en botes de plástico para llevar, arracadas con ajonjolí, rotas o enteras, narguiles o shishas, y muchísimas cosas más) y sirven de antesala a lo que podría llamarse el terruño libanés en la Ciudad de México.
Sobre República de El Salvador se despliegan tiendas con nombres como Telatelass Karim y Habibi Textil, locales que desde finales del siglo antepasado dieron nueva vida a los emigrantes que venían de la pobreza y la guerra. A pocos pasos del Pasaje Balvanera, escondido entre enormes rollos de tela y mercerías de artículos multicolor, en un cuarto al fondo de una vecindad se encuentra Productos Árabes Helus, el cual, más que un restaurante, es una tienda de alimentos libaneses. Uno de los aparadores está hacinado con charolas, tanto de keppe (pastel de carne con trigo y piñón) como de pay de dátil, pan árabe horneado, montañas de calabazas rellenas de carne y arroz u hojas de parra. Otro de los aparadores despliega una interminable lista de postres típicos libaneses, como los dedos de novia (hojaldre relleno de nuez y bañado en miel); otro brilla con tantas cafeteras de cobre que ofrece a la venta.
En Helus, a la vieja usanza, hay dispuestas cinco mesitas donde los comensales degustan velozmente los platos sencillos pero preparados con el rigor que la tradición exige. Junto a una pareja de ancianos que toma un cafecito y estudiantes que van por un plato de comida buena y económica, todavía puede verse a un empresario de mediana edad y nariz evidentemente mediterránea comiendo un keppe bola, mientras resguarda una maleta en la que con seguridad lleva mercancía para mostrar. Sin embargo, los sitios donde la comunidad se reúne ya no son los comedores familiares de antes, aunque muchos de ellos estén todavía en el barrio que recibió primero a sus ancestros.
A una cuadra, sobre Mesones, está Al Andalus; a diferencia del local práctico de Helus, en esta casona colonial remodelada hay arcos trilobulados, típicos de las construcciones andaluzas, y vitrinas con camellos. El espacio es mucho más amplio que el de los comedores familiares que hubo en la zona y los muebles son más elegantes. Lugares como Al Andalus ahora congregan a la comunidad libanesa, por ser más acordes con los nuevos tiempos de los descendientes de aquellos migrantes. En vez de vendedores de telas, hoy son empresarios de varios ramos, profesionistas de distintos ámbitos o médicos que discuten de cosas muy distintas de las que se hablaba al terminar la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, aunque ahora las sillas sean de materiales más finos y la sazón se haya adaptado a los tiempos, los platillos base de la carta son los mismos que los de cualquier restaurante libanés: cordero en keppe o como relleno de hojas de parra, arroz con lentejas o con fideos, hojas de col o berenjena, garbanza, jocoque, tahine. Los mismos ingredientes y platillos a los que huele una casa libanesa desde siempre.