Esta ciudad la habitamos optimistas radicales. En Los rituales del caos Monsiváis dice que “cada quien extrae del caos las recompensas que en algo equilibran las sensaciones de vida invivible”. Entre las recompensas de habitar el caos hay muchas inventadas y otras tantas descubiertas, como Praga 29, una cafetería que flota en el desorden citadino y a la que se entra para flotar tranquilo también. Está en la Juárez –colonia de contradicciones que se llevan bien– en una casa de los años veinte; grande, cómoda, especial.

Praga 29

El café es excelente y orgánico. Lo compran directo a una cooperativa chiapaneca de la selva norte, para reducir en lo posible los intermediarios y que la ganancia sea en realidad para los que lo cultivan. De la barra salen sobre todo lattes y capuchinos con flores y animales dibujados en la espuma (que son muy fotografiados); hay té matcha, puro y bien preparado –aprobado por los orientales asiduos del lugar– chocolatines o panqué de naranja y cardamomo. De la bien surtida barra de baguettes y sándwiches recomendamos el de tres quesos (cheddar, suizo y brie) con manzanas y arándanos o el de jamón serrano, con queso de cabra, jitomate rostizado y un toque de miel. Todo hecho en casa, fresco, de buen producto y siempre que es posible, local.

Praga 29

Praga 29

Praga 29 tiene la fachada azul, interiores amplios y vitrales de los años veinte. Baños de azulejos de colores vivos y pisos de madera. La diseñó Juan Segura, arquitecto esencial del art déco mexicano que conocemos sin conocer; la ciudad está llena de sus construcciones, algunas en la calle Sadi Carnot, otras en “el triángulo de Tacubaya” o en el Centro Histórico, como el edificio San Jorge. La casa de Praga 29 fue de sus primeros proyectos, que llenó de detalles de astronomía y aviación. Nadie sabe si por petición del dueño o gusto propio a las alturas. Las esquinas de las puertas tienen círculos de pequeños planetas y en los vitrales se adivinan aviones.

Praga 29

Praga 29

Los dueños actuales la compraron hace tres años y recuperaron hasta el último detalle original posible. El piso se pulió, los vitrales se rehabilitaron con ayuda del vitralista que se encarga de la Basílica, se limpiaron las paredes y el techo. De la casa original se conserva casi todo: los espejos, picaportes o los apagadores de botón. El encanto del art déco, con sus ángulos marcados y herrería garigoleada. La iluminación perfecta: nunca se ve un foco si no que las columnas echan rayos que iluminan amarilla la pared.

Cuando un lugar es amplio el tiempo se pasa bien. Sin molestar y sin ser molestado y así es Praga 29. No hay meseros. Se pide directo en la barra y después se busca mesa al lado de las ventanas, en el sofá del fondo o en el piso de arriba, donde se está todavía más tranquilo, media hora o tres. Los que van saben que se pueden quedar horas a trabajar o a leer un libro. El menú es el mismo todo el día, para un café nocturno o un sándwich. Con suerte pronto tendrán rehabilitada la terraza, para pasar la tarde viendo de un lado los edificios altos e improbables de Reforma, y del otro las casas y tiendas de la Juárez.

Entre el Ángel, la Diana y a pasos de la Zona Rosa, Praga 29 es recompensa al caos de esta ciudad inexplicable.

Praga 29

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