Los últimos 80 días cociné más que los últimos 10 años. Aunque comer es una de mis grandes pasiones (¿de quién no, me pregunto?), debo admitir que antes de la cuarentena no comía en casa más de un par de veces por semana, así que bastaba conocer algunos platillos de memoria para librar el paso de la necesidad. Después de cocinar las primeras semanas de encierro me di cuenta de que sólo sabía utilizar cinco vegetales, dos proteínas –res y pollo, por supuesto– y mi conocimiento de especias comenzaba en el orégano y terminaba en el romero. En menos palabras: no era capaz de cocinarme tres comidas al día, siete días a la semana sin morir de aburrimiento.
Junto a mi, muchos de los que tuvieron la fortuna de quedarse en casa también se acercaron a la cocina; en un programa de radio dijeron que la venta de harina subió 300% desde el inicio confinamiento. De pronto todos hacíamos pan –o lo intentábamos–; cocinábamos varias veces al día –y lavábamos platos sucios en un ciclo sin fin– y experimentábamos con peores o mejores resultados. Colectivamente nos acercamos al arte de alimentarnos mejor, por necesidad, por economía y poco a poco, en algunos casos, por gusto.
Sé que los martes de tacos y los viernes de cenas en restaurantes con largas sobremesas aún quedan lejos, así que los pequeños logros culinarios me consuelan mucho. Quisiera creer que mis habilidades para cocinarme evolucionaron un poquito los últimos meses (al menos ya sé qué hacer con un betabel), y que por fin conozco el uso de casi todos los cuchillos de un set que compré por capricho hace unos años. Y es que los utensilios de cocina son simples adornos para el inexperto, pero entre más cocino más creo que necesito diez espátulas extra.
Hoy que abrieron los centros comerciales de la ciudad me descubrí fantaseando con ir por un set de moldes para hornear panqués. Yo, el mismo ser humano que nunca había tenido una harina en la despensa (la instantánea de los hot cakes no cuenta). Algo tiene cocinar, especialmente pan y cosas dulces, que se siente como un abrazo. Un acto de autocuidado chiquito para calmar el ánimo y la incertidumbre. Supongo que por eso ahora fantaseo con los pasillos repletos de utensilios en la sección de cocina de las tiendas: refractarios inmaculados, cucharitas medidoras y cortadores de galletas. Después de tanto cocinar ya merezco nuevos utensilios que sabré cómo ocupar.
En Panificadora Local los invitamos a compartir sus panes. Pueden ser de cualquier tipo. Bien logrados. Mal logrados. Dulces, agrios o salados. Hagamos esto un acto de autocuidado, y un gozo compartirlo con otros. Desde aquí les decimos, todo estará bien.
Con ustedes: Panificadora Local
¡Suban su pan!
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