En las próximas semanas, alrededor de 50 carritos diseñados por la comunidad otomí (Otomimóvil) comenzarán a circular por la Juárez y la Roma. Los otomíes son uno de los pueblos indígenas más numerosos del país y con más presencia en esta parte de la ciudad. Las mujeres suelen usar sus vestidos típicos de olanes rosas con cuellos altos o sus chincuetes que son faldas de lana negra, guinda o azul, según la región de la que vienen.

La colonia Juárez lleva casi dos años en remodelación. Vecinos, oficinistas, paseantes hemos experimentado el ruido del asfalto levantado, el polvo y la dificultad de circular por algunas de sus calles. Para quienes, como los otomíes, hace décadas venden en puestos sobre la banqueta, esto ha sido especialmente complicado. El cambio de imagen de la Zona Rosa incluyó una reducción drástica del ambulantaje: de 300 puestos sólo quedarán 100.

En este contexto de obras y desalojo de vendedores, la Delegación Cuauhtémoc pidió a los otomíes modificar la forma en que hasta ahora habían vendido: en lugar de tener espacios asignados sobre la banqueta, venderán en carritos como los que hay en los pasillos de los centros comerciales. La mayoría de los otomíes se dedica al comercio y participar en este cambio les pareció una oportunidad para dejar de vender en el suelo y con ello dignificar su trabajo. Sin embargo, pusieron como condición hacer su propio diseño.

Isaac Martínez, otomí de Santiago Mexquitilán, nos cuenta que el costo que la Delegación proyectaba para cada carrito era de 28 mil pesos. Él se dio a la tarea de hacer un diseño que fuera más económico sin dejar de ser atractivo. Fueron con un herrero y consiguieron bajar el costo casi a la mitad. Las familias, con sus ahorros, financiaron su propia estación móvil de cultura Otomí con el nuevo Otomimóvil.

Cada Otomimóvil es producto de un esfuerzo familiar, pero también del trabajo creativo de las mujeres. Además de ser estadísticamente las que más conservan la lengua indígena, abuelas, madres e hijas son las que realizan las famosas muñecas de trapo con trenzas de listones coloridos, servilletas, llaveros tejidos, entre otros objetos hechos con detalle y que podrán encontrarse en los carritos. Las artesanías no están patentadas y esto ha provocado que otros lucren con los diseños tradicionales sin dar crédito ni retribución a los pueblos indígenas que los crearon. La cosa ha llegado a tanto que hasta se pueden encontrar muñecas de trapo “otomí” hechas en China.

otomíes

En la Roma y en la Juárez, donde las rentas se disparan cada año, donde cada vez llegan más extranjeros a vivir y donde cada mes se abren nuevos restaurantes o boutiques de lujo, hay también 9 predios habitados legalmente por decenas de familias otomíes. La convivencia entre ambos estratos de la población no siempre ha sido sencilla.

La migración de este pueblo indígena desde el Valle del Mezquital, de Toluca, Querétaro, entre otras partes del centro del país hacia la Ciudad de México inició entre los años 30 y los 50 cuando se construyeron las principales carreteras. Esto facilitó que, a partir de esa época, grupos de campesinos se transportaran a la ciudad para hacer labores de comercio o albañilería, que luego les permitiera financiar la siembra. Para no gastar, con frecuencia dormían en la calle y luego regresaban a sus pueblos.

Después del terremoto de 1985, muchos predios de la Juárez y la Roma quedaron abandonados y algunas familias otomíes comenzaron a ocuparlos en este tránsito continuo entre el campo y la ciudad. Algunos hablaban español y otras no, pero todos experimentaron discriminación. Fue difícil acostumbrarse al ritmo citadino: a las niñas les daba miedo quedarse solas en la calle en una ciudad tan grande, dormir solas en los predios o que la policía les decomisara la mercancía que habían comprado en la Merced, como las clásicas bolsas enormes de chetos.

La familia de Isaac Martínez es originaria de Santiago Mexquititlán, Querétaro. Hace más de 50 años su abuela salió del pueblo sin hablar español, después Isaac también migró con su familia a Azcapotzalco donde se dedicaban a hacer ladrillos. Más adelante alguien les dijo sobre los predios vacíos y, junto con otras familias, montaron un campamento de láminas, cartón y telas en la calle de Guanajuato en la Roma. En 1998 hubo un incendio en el campamento y lo perdieron todo.

Después de años de negociaciones y luchas consiguieron legalizar el predio y construir un edificio con 47 departamentos que ganó el Premio Nacional de Vivienda 2004. Al igual que el carrito que próximamente circulará por la Cuauhtémoc, fue diseñado y construido por la propia comunidad. “Ahí está  la diferencia entre la institución y la organización”, dice Isaac. No es lo mismo esperar un apoyo del gobierno que trabajar en colectivo para lograr objetivos compartidos.

Algunos predios de la Roma y la Juárez se dañaron durante el terremoto de septiembre y los otomíes han vuelto a acampar en las calles. Quizá el Otomimóvil pueda servir también para recordarnos que todos formamos parte de una comunidad amplia que está en –eterno– proceso de reconstrucción.