1 de noviembre 2024
Por: Estefanía Fink

Sobre celebrar a los que ya se fueron

Fotograía: Rita Ortiz

Celebrar a quienes ya no están es un acto de amor y memoria, una ceremonia donde el tiempo se desvanece y el recuerdo se convierte en un puente entre mundos. Es recordar que, aunque su risa ya no se escuche en el aire, aún vive en el eco de nuestras memorias. Honramos sus vidas, sus risas y secretos, sus pasos, enseñanzas, verdades y hasta sus mañanas que ahora viven únicamente en nuestra memoria, en ese rincón cuando cierras los ojos, cuando sientes el viento en el rostro, cuando miras las flores, cuando piensas en ellos con cada atardecer, cuando el ruido del viento te recuerda el abrazo tan fuerte que era su amor. Momentos que quedaron grabados para siempre en tu subconsciente y que continuarán resonando en tu ser. 

Celebrar a quienes ya no están no es un simple acto de nostalgia; es la evocación de un amor que se niega a ceder al olvido. En cada altar, en cada vela encendida, en cada flor que cubre el camino, se despliega un lenguaje invisible que trasciende la distancia entre mundos, como un puente de luz que los invita a regresar aunque sea por un instante. Es nuestro modo de decir que, aunque físicamente ya no podamos abrazarlos, besarlos, mirarlos, su esencia, su amor y su calor se ha quedado para siempre grabado en nuestras vidas.

Encender una vela, preparar sus platillos favoritos, adornar con cempasúchil el camino que conduce a nosotros, permitiendo que en cada aroma y en cada luz, su esencia vuelva a la vida, aunque sea por un instante. Celebrar a los que se fueron es aceptar que, aunque la muerte es inevitable, que aunque la muerte duele, el amor trasciende y es mucho más grande; que las personas que amamos no desaparecen, sino que se transforman, convirtiéndose en guardianes invisibles que nos acompañan en cada paso y con cada respiración.

Honrar a los que se fueron es, en última instancia, un pacto con la memoria: reconocer que ellos viven mientras nosotros les recordemos. Y en ese recordarlos, en ese atesorar su esencia, los mantenemos vivos, presentes, eternamente cercanos.

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