on kawara
1 de abril 2018
Por: Carolina Peralta

On Kawara y la Ciudad de México

La Ciudad de México cambió por completo el rumbo del artista japonés. Convirtió estampas de guerra y muerte en observación de vida y el descubrimiento de la vitalidad del ocio.

Es curioso que hasta el día de hoy pase desapercibida la importancia y peso que tuvo la Ciudad de México en la obra del artista japonés On Kawara (1932-2014). Parece ser que a ninguno de los sesudos historiadores o curadores de arte contemporáneo le ha llamado la atención tal hecho histórico, tal circunstancia que detonó la producción de uno de los artistas conceptuales más importantes y de mayor influencia en el arte que se hizo desde los años sesenta hasta nuestros días.

On Kawara se mudó con sus padres a vivir a la Ciudad de México en 1959. Aquí continuó por un tiempo pintando y dibujando sus series de retratos figurativo-apocalípticos que mostraban las secuelas de aquellos brutales bombardeos en su tierra natal y que derivaron en el fin de la segunda guerra mundial. Pero es justo en esa primera estancia mexicana de tres años, cuando decide parar en seco y deja de hacer por completo esas estampas del fin del mundo, se toma una pausa para vivir y empezar a viajar. Cambia la representación de la muerte por la observación de la vida y hace de ella una actividad, una forma de ocupar el tiempo, un registro cotidiano.

I Got Up (1968-1979).

Después de un intervalo entre Nueva York y París, donde inició la serie de las Date Paintings, regresa en solitario a México en el emblemático año del ’68, para emprender el recorrido de un camino silencioso con obras que definieron una labor invisible y metódica por el resto de sus días. I Got Up, I Went y I Met son series que echó a andar viviendo en esta ciudad, piezas que desarrolló durante los siguientes diez años mientras viajaba por medio mundo; testigos mudos de un itinerario en forma de diario quehacer.

Documentar actos en apariencia tan banales como la hora en que se despertaba, la gente con la que se topaba durante el día o las caminatas que emprendía, fueron las formas de darle sentido al tiempo. El trabajo que significa el simple hecho de ser y estar vivo. ¿Qué lámpara podría haber comprado cuando caminó por la calle de Victoria?, ¿qué platicó con Jovita Pérez el 1º de julio de 1968? Tal vez estas preguntas sean lo de menos, lo demás, lo más valioso está en la sustancia del ocio.

I Met, un recuento de personas que vio o con las que se encontró entre 1968 y 1979 / I Went, un conjunto de mapas que comienzan el 1 de junio de 1968 y terminan el 17 de septiembre de 1979, que indican el trayecto que recorrió en un día.

La repercusión de la Ciudad de México en la vida y obra de On Kawara se resume a una huella casi imperceptible pero muy significativa: la capacidad de un lugar para irradiar y detonar el ocio como una forma de productividad infinita. Sí, así es; aunque parezca una especie en extinción, el ocio genera un paréntesis de tiempo y espacio para pensar, para hacer sin hacer. No cualquier ciudad emana esa actividad inactiva, esa disposición recreativa del trabajo donde la observación es la principal herramienta de entendimiento y conocimiento. On Kawara intuyó en los cortocircuitos de la modernidad mexicana esa esencia que afortunadamente aún se respira en algunos rincones de esta ciudad. Vitalidad sin folklor para sobrevivir el devenir empequeñecido del mundo, moribundo resistir frente al irracional triunfo de la economía de mercado, de los negocios, que dicho sea de paso, no son otra cosa que la negación del ocio (nec otium).

I Am Still Alive.

Durante treinta años, On Kawara envió telegramas a sus amigos y conocidos desde el lugar donde se encontrara. “I am Still Allive” era el único mensaje que se leía en cada uno de esos telegramas. En el año 2000 concluyó esta serie, quizás porque vislumbró lo obsoleto del medio en un cambio de siglo donde todo el entramado tecnológico se transformó. Curiosamente, desde hace unos ocho años, apareció en Twitter una cuenta a su nombre y como una suerte de legado instintivo de vez en cuando podemos leer en la marabunta de las redes sociales esa frase que, simple y sencillamente, nos recuerda que estamos vivos.

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