Un pasajero es alguien o algo que pasa rápido y dura poco. Pero ello no quiere decir no deje huella, testimonio de que estuvo allí. Toda experiencia vivida o cada persona que visita una ciudad siempre deja tras de sí un rastro, como un fantasma que cambia las cosas. Esta ha sido la premisa del Museo Jumex para crear su serie Pasajeros: durante un mes se muestra la obra de un artista que haya pasado por México y que haya influenciado, de una manera u otra, la creación artística del país. En 2015 fue Jerzy Grotowski. Ahora, y hasta el 19 de marzo, la pasajera es Esther McCoy.
McCoy visitó el país en los cincuenta, en un momento fascinante para la arquitectura, que estaba en pleno desarrollo y el lenguaje modernista se entremezclaba con las tradiciones mexicanas. La escena estaba dominada por Luis Barragán, Clara Porset, Lola Álvarez Bravo o Francisco Artigas, con quienes McCoy se relacionó e influenciaron su trabajo. Pero, ¿quién fue exactamente Esther McCoy? Desde que en 1932 se instalara en Los Ángeles, McCoy se convirtió en una escritora, editora y crítica de arquitectura clave para la evolución en el estilo arquitectónico californiano.
En Los Angeles Times y Arts and Architecture Esther McCoy narró su experiencia en México con un énfasis particular en la unión de lo regional con las continuas referencias a estilos internacionales que, por ejemplo, Barragán utilizaba en sus proyectos. Así, la escritora influenció de alguna manera el desarrollo de la arquitectura en California como probablemente lo hizo con el trabajo del arquitecto Rudolph Schindler. Como escribe José Esparza Chong Cuy, uno de los curadores de Pasajeros:
Es difícil determinar cómo es que su investigación, textos publicados y fotografías impactaron el desarrollo de ambas escenas arquitectónicas (Los Ángeles y Ciudad de México), pero es claro que existe un vínculo entre su lenguaje de diseño y la articulación espacial de los arquitectos de las dos ciudades; McCoy es un puente sólido entre las dos culturas y geografías distintas.
Además, en nuestro país, la escritora descubrió la obra de la diseñadora cubana Clara Porset, quien pasó la mayor parte de su vida en México. Sus sillas butaque cautivaron a McCoy y desde Cuernavaca entabló correspondencia con ella para ver las posibilidades de su comercialización en los Estados Unidos.
La exhibición sobre la crítica de arquitectura estadounidense ahora reúne obras como esa silla, la cual simboliza la fascinación que sintió por lo que se estaba creando en México y sus ganas de llevarlo a California. También forman parte de la revisión sobre McCoy libros, artículos, planos y fotografías de su paso por nuestro país así como una serie de piezas de artistas contemporáneos como Jill Magid, Leonor Antunes y Terence Gower para encuadrar estos documentos en el contexto histórico y estético del México de la época. Todas estas piezas están a su vez contenidas en una museografía excepcional de Lanza Atelier, hecha en madera, minimalista y clásica a la vez pero, sobre todo, elegante.
La exhibición de Esther McCoy nos enseña un par de cosas. La primera es que los pasajeros no dejan huella solamente allá por donde pasan sino que también se llevan la huella del país visitado a su país de origen. Y la segunda es que si encima ese pasajero es un escritor y puede comunicar lo visto y experimentado en dicho lugar, el beneficio cultural mutuo se eleva a la enésima potencia.
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