Desde marzo, en el patio de El Eco vive un campanario. Goeritz entendía el museo como una “escultura penetrable”, y esto es justo el campanario. Un escultura dentro de una escultura: varillas ordenadas en retícula sostienen platos de cobre que transforman la forma de habitar el patio del museo. Desde arriba se ve como una sola placa de cobre, que sólo podemos imaginar y dentro, entendemos la dimensión de nuestro cuerpo.

Es obra de TO, el despacho de arquitectura ganador del Pabellon Eco 2018 y es un verdadero diálogo con el espacio y su autor. Mathias Goeritz no creó El Eco para conservar objetos, tampoco para admirarlos, mucho menos para comprarlos: el objetivo era producir experiencias y experimentar. Así, El Campanario es una convocatoria de emociones, nada más.

campanario

EL Campanario está dispuesto para que el visitante interactúe con el y contribuya a la atmósfera y experiencia. El habitante es músico y espectador y este un paisaje sonoro. Pero también se comporta según el tiempo metereológico, que como a toda materia, afecta: con la posición del sol la sombra cambia; se mueve de lugar, se endurece o suaviza. O cuando llueve no se puede pasar, pues el cobre atrae rayos.

Al estar entre las campanas, resulta inevitable inevitable pensar en los Mensajes dorados de Goeritz, esa serie de cuadros envueltos en hoja de oro y perforados, que evocan al arte sacro. Por ello, sin que lo pretenda deliberadamente, el campanario -que ya no significa mucho en estos tiempos- recupera su ánimo religioso o quizá espiritual, tema con que la obra de Goerirz guiña.

Como parte de la instalación, el 12 de mayo habrá un taller de sensibilización sonora en el pabellón, y el 20 de mayo un evento de clausura. Después de esto –en consonancia con la filosofía original del espacio– la instalación no se venderá, sino que las varillas irán a la reconstrucción y los platos se venderán como artesanía.

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