Todos los días, en alguna calle de la ciudad, aparece un bache nuevo. Frente a la calamidad cotidiana, al desaire de las autoridades (quienes probablemente nunca andan por las calles), no nos queda mucho más que hacer lo nuestro: tapar los hoyos, porque las calles son nuestras.

Hay mil maneras de morir como peatón en la ciudad y hay mil formas de salir ilesos, porque por más que seamos distraídos, nuestro cuerpo está sintomáticamente atento a las adversidades urbanas. Hay más de mil hoyos en las calles de la ciudad y, naturalmente, los capitalinos ingeniamos más de mil formas para taparlos. Con los objetos que tengamos a la mano, con lo que esté cerquita. Tapar un hoyo con objetos encontrados es también una forma de generosidad: quien tapa el hoyo está salvando vidas, o al menos evitando que se ponche una llanta.

Hideki Yukawa le dio seguimiento a este bache frente al Mercado La Dalia, en la Santa Maria la Ribera, durante dos semanas.

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