zapatero en la Escandón
28 de octubre 2017
Por: Lucia OMR

Un sastre y un zapatero en la Escandón que son maestros de su oficio

Te presentamos a dos señores, un sastre y un zapatero en la Escandón quienes otorgan a tu ropa la mejor segunda vida que podría tener.

Sastre

Ponerle “México” a un negocio es tan bonito… como que da esperanza, ilusión. La sastrería México está en Benjamín Franklin no. 158, el mero límite entre la Condesa y la Escandón. En la entrada dice: “hechuras finas, compostura en general” y de la ventana cuelga una hoja de papel que de manera imperativa le pide al cliente que no lleve a arreglar ropa que esté sucia.

Te recibe un señor canoso, el sastre, ni sonriente ni mal encarado, algo así como estoico. Libera la mesa de trabajo esperando que saques los trapos y le des instrucciones, marca con una barra como de jabón donde va a cortar –generalmente dobladillos de pantalones, cintura o mangas– para quedar bien con flacos, gordos, altos y chaparros, para que una prenda quede perfecta con determinado tacón, entre otras cosas.

Tiene una ayudanta simpática detrás de la máquina de coser, posee el reloj más kitsch del mundo y hay montañas y montañas de ropa que ya quedó y no han recogido o que apenas va a comenzar. El día que llegué me dijo que me tenía los vestidos en una semana, cuando fui a recogerlos no había ni empezado y no se acordaba dónde estaban; no da ninguna nota, sólo escribe en un papel tipo revolución tu nombre, dirección e indicaciones.

No le dio tanta pena, pero me dijo “regresa mañana” y antes del mediodía ya tenía yo el vestido sin mangas de Morticia. Hizo un trabajo majestuoso, también le puso parche al pantalón de mezclilla y no hay mayor paz que la que se siente cuando le alargan la vida a unos buenos jeans o cuando te pones un vestido sin tacones y no lo arrastras como novia. Otra buena experiencia en la sastrería es la de “angostar” algo; significa que los pilates están funcionando.

Las calles de la Escandón dan mucha curiosidad, recuerdan a unos ideales hermosos pero muy utópicos, vivir en progreso y prosperidad o en unión, pensar en José Martí y la revolución cubana en la CDMX es importante. Allí la colonia es barrio, hay millones de tiendas de abarrotes y muy poquitos oxxos, los negocios son familiares, la verdulería es fiesta de vecinos, la chava de la papelería conoce a todos los que imprimen y hasta pregunta por proyectos escolares específicos.

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Zapatero

En la esquina de José Martí y Astrónomos hay un zapatero que no tiene local, trabaja en una especie de vehículo, como un food truck del calzado. El zapatero parece un latin lover con un bigotito y una bata color uniforme de cárcel, como caqui que en realidad es de la CFE. Le molesta que piensen que los hombres no cocinan, así que tiene una parilla eléctrica y pone huevos en agua para comer huevo duro con arroz a la hora de la comida.

Un señor viejito que porta bata azul marino está al lado de él, sigue sus órdenes, se ríe de sus chistes con los poquitos dientes que le quedan. El zapatero tiene los dedos muy negros por el uso de pinturas y pegamentos, le gusta preguntar si eres casada y si sí lo estás quiere saber si trabajas o quién de los dos tiene más tiempo libre; al parecer tiene un tema con el machismo, le gusta parecer dócil y moderno, pero es metiche. Hace todo tipo de arreglos, pinta zapatos, pone suelas y tapas, vende agujetas, incluso arregla cinturones de piel. Lo primero que hace cuando le llevas algo es anotar tu dirección en un papel y decir algo sobre tu calle o tu edificio: “ah es el de la herrería verde, el bonito de plantas”, y luego pega el papel al zapato para cuando lo recojas. El lugarcito se llama Cañizares y permite que tu calzado deje de sonar como si fuera de tap para bailar, pues pone las tapas en 10 minutos, vende plantillas y hasta bolsas arregla. Se inmiscuye con magia.

Estos son dos prolongadores de vida, dos proveedores de segundas y terceras vidas para ropa y zapatos y que agradecemos que estén aquí.

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