La Ciudad de México despliega hermosas flores desde el Pedregal de San Ángel, hasta los bosques del sur. Entre las duras banquetas y la vegetación silvestre de los espacios verdes, la dhalia coccinea se mezcla en el paisaje urbano.
En los tiempos prehispánicos, la importancia de las flores en México era incuestionable. Las flores eran parte de las ofrendas a los dioses y quien las tomaba sin permiso era fuertemente castigado.
De las flores que nos representan en el mundo, por lo menos de forma oficial, es la dalia, una planta con 45 variantes, de las cuales 35 son endémicas del territorio mexicano. En la CDMX, algunas especies de dalias silvestres están en la Reserva del Pedregal de San Ángel y en los bosques de Tlalpan. La diversidad topográfica hace que el Pedregal sea el lugar florístico más diverso de la cuenca.
En 1784, Vicente Cervantes, primer catedrático de botánica, Director del Jardín Botánico Virreinal de la Ciudad de México y miembro de la Real Expedición Española, envió semillas de varias flores mexicanas al abate Antonio José Cavanilles y Palop, director del Jardín Botánico de Madrid, España; entre ellas iba las primeras simientes de la acocoxóchitl. Las dalias maravillaron al padre Cavanilles, quien la cultivó con esmero, y le asignó el nombre de Dahlia pinnata, en honor al botánico sueco Dahl, alumno de Linneo.
Para reconocer esta especie, basta con ver las hojas grandes, extremadamente variables desde simples y enteras hasta tres veces dividida, pecíolos alados y acanalados; su forma es ovada a espatulada y miden de 0.6 a 1.5 cm de largo; sus flores liguladas son amarillas a rojas.