Parece mentira pero, hace 60 años un hombre llamado Alfonso Galván murió de un infarto en plena vía pública provocado por la emoción que le desbordó el ver a John F. Kennedy en las calles de la CDMX. La visita del entonces mandatario estadounidense, de múltiples trasfondos diplomáticos; marcó todo un hito cuyo legado aún se hace tangible en la residencia que se creó por y en su honor: la Unidad Habitacional John F. Kennedy, la más famosa de toda la Jardín Balbuena.
Hay que entender que en la década de los sesenta, el pueblo mexicano no sentía aversión sino más bien simpatía por el gobierno estadounidense –encabezado entonces por el presidente John F. Kennedy. Este aprecio no era gratuito; se debía al programa “Alianza para el progreso”, el cual financiado por sindicatos de Estados Unidos, ofrecía apoyos económicos y sociales en materia de salud, educación y vivienda en México y Latinoamérica.
Pero, ¿por qué querría el vecino país brindar cualquier tipo de soporte a la región? Pues porque sus conflictos con la Unión Soviética -derivados de la Guerra Fría- seguían latentes y, en un esfuerzo por mostrar un “continente unido”, se comportaron extraordinariamente generosos.
En 1962, el presidente Kennedy arribó galante a la capital para cerrar el trato de ceder un terreno en disputa, en medio de aplausos, reverencias y sí, hasta un muerto de la emoción.
El proyecto de la Unidad Habitacional Kennedy inició en 1959 bajo el liderazgo de Mario Pani. Para ese entonces, la ciudad ya estaba familiarizada con el concepto de vivienda funcionalista, que apostaba por la verticalidad, delimitación, homogeneización y goce de áreas comunes. El complejo integró 94 edificios y un total de 3 mil 104 departamentos, al cual se le incorporaron escuelas, tiendas, parques y centros médicos.
La unidad benefició a los miles de trabajadores y familias del Sindicato de las Artes Gráficas, que entre su gremio estaba la Imprenta Aboitiz y Galas de México –responsable de los icónicos calendarios con motivos prehispánicos. Las aportaciones individuales de $5 pesos semanales se unieron a las de los sindicatos estadounidenses y el Fondo para la Vivienda, concretando así el “sueño americano” en tierras mexicanas.
El presidente Kennedy fue asesinado un año antes de la inauguración de la Unidad Habitacional en 1964, así que al evento asistió su hermano, el senador Robert Kennedy, acompañado de Adolfo López Mateos.
Seis décadas más tarde, la Unidad Habitacional John F. Kennedy se ha mimetizado completamente con el entorno que le rodea, ahora rebasado por la mancha urbana que todo lo engulle a su paso. Los típicos edificios de cuatro plantas, coloreados de ladrillo y ámbar, destacan entre otros asentamientos de carácter habitacional. Nos recuerdan la alguna vez tangible fraternidad entre México y Estados Unidos, contenida entre las cuatro paredes de un apartamento.