15 de agosto 2017
Por: Lucia OMR

Tzompantli: el altar donde se empalaban cabezas de guerreros sacrificados en el Templo Mayor

Los vestigios del Tzompantli dan mayor claridad sobre la urbe que existió debajo del Centro Histórico de la ciudad que ahora habitamos.

 

Sobre la calle República de Guatemala, en el número 24, detrás de unas tablas de madera que clausuran la puerta, se encuentran los más recientes vestigios de la ciudad lacustre que quedó enterrada bajo el Centro Histórico de la Ciudad de México. Éste, como muchos otros edificios de tezontle y cantera de este barrio, han sido reconstruidos a lo largo del tiempo debido al hundimiento del piso sobre el que se levantan.

Esta es la zona de monumentos más grande de la ciudad, con una extensión cercana a los 10 kilómetros cuadrados. Cubre mil 400 inmuebles históricos (edificios, plazas y jardines) registrados por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), y mil 470 inmuebles de valor artístico por el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Su trama urbana resume las diversas etapas históricas, como sucede con toda vieja ciudad, hecha de la huella de otras superpuestas. Serge Gruzinski asegura en su libro La ciudad de México. Una historia que los conquistadores se encontraron con una Tenochtitlán que competía con las más grandes ciudades del siglo XVI.

El arqueólogo Raúl Barrera, director del proyecto, baja por una escalera de madera, en este predio que se encuentra a espaldas de la Catedral Metropolitana. Usa gafas y una camisa de cuadros. Nos guía por el terreno a lo largo de las excavaciones, bajo una casona colonial cuyos últimos habitantes la ocuparon como vecindad. Aún se conservan los barandales originales oxidados y las vigas de madera que sostienen los techos.

Desde octubre de 2016, el Proyecto de Arqueología Urbana (PAU) del INAH ha estado estudiando aquí lo que se cree es el Gran Tzompantli, el altar donde se empalaban cabezas de guerreros capturados que eran sacrificados en el Templo Mayor. Este ritual se realizaba a solo unos pasos de lo que hoy es el sagrario de la Catedral, donde por casi cinco siglos los sacerdotes católicos han oficiado sus servicios. Fue un año antes, en 2015, cuando se hacían remodelaciones a la propiedad que fueron hallados varios cráneos. Los dueños solicitaron de inmediato la intervención del INAH. Se involucraron 12 especialistas entre arqueólogos, antropólogos físicos y restauradores, así como una colaboración con la UNAM. Durante la excavación se hallaron 170 cráneos humanos, entre ellos de mujeres y niños, los cuales se están estudiando y enumerando. “Los nuevos hallazgos ponen en entredicho la hipótesis según la cual sólo hombres cautivos fueron sacrificados para ofrecerlos a Huitzilopochtli”, publicó National Geographic.

Arqueóloga Lorena Vázquez, durante las labores de exploración / INAH

—Es un privilegio estar con el pasado directo, los restos de lo que fue el Recinto Sagrado de Tenochtitlán que, según Fray Bernandino de Sahagún, comprendió una serie de construcciones, edificios, torres y templos. Sabemos que están debajo de aquí. Nuestro campo de trabajo abarca 300 metros cuadrados a la redonda. Hacemos salvamento arqueológico y rescate, principalmente —dice el arqueólogo Raúl Barrera.

Desde 1991, el equipo del PAU se ha encargado de recuperaciones como las de la Plaza Manuel Gamio, donde encontraron parte del Cuauhxicalco (templo donde los mexicas enterraban a sus gobernantes), así como un árbol sagrado y esculturas. Colocaron unas ventanas arqueológicas en República de Argentina, donde se miran nuevos basamentos del Templo Mayor. Está, además, el antecedente de los sótanos del Centro Cultural de España en México, también sobre Guatemala, donde se creó un museo de sitio con los vestigios de un calmecac (escuela para los hijos de mexicas nobles).

Arqueólogas Sandra Ramírez y Lorena Vázquez. Foto Héctor Montaño / INAH

—Era una ciudad de 250 mil habitantes con su centro ceremonial y grandes templos. Era muy ordenada y limpia, bien organizada. Debió haberse visto impresionante —dice el arqueólogo.

Hallazgos como estos nos hablan de la reutilización del espacio de la Ciudad de México. Nos hablan de cómo las situaciones políticas y sociales van modificando los trazos urbanos, empoderándose de los espacios. Es un reforzamiento político del que gobierna. Los españoles detectaron los lugares cruciales de Tenochtitlán y se apoderaron de esa plaza mayor, conquistando el territorio.

—Las fuentes históricas indicaban que estábamos cerca del Gran Tzompantli. Encontramos pisos de arcilla y estuco del Recinto que debió pisar Hernán Cortes. Y luego fragmentos de cráneos, más de diez mil. Era un indicador de que habíamos llegado. Pero faltaba la arquitectura. Entonces hicimos sondeos (remociones de tierra puntuales para comprobar la existencia de yacimientos) y encontramos esta plataforma de 70 cm de altura, un muro bajo orientado de norte a sur, que debe cruzar la calle de Guatemala y llegar hasta el sagrario de la Catedral. Sobre él se aprecian orificios circulares de 25 a 30 centímetros, donde se levantaban las vigas de madera y se empalaban filas de cabezas humanas. Desde luego nuestro campo de trabajo sólo abarca este predio —dice el arqueólogo.

Torre de cráneos del Gran Tzompantli / PAU-INAH

Llegó entonces el descubrimiento: hacia el norte, se encontró la base de una torre de 4.70 metros de diámetro y 1.60 de grosor, compuesta por cráneos humanos a los que se les conserva la frente, los pómulos y la dentadura, y miran tanto al interior como al exterior de la torre.

Barrera asegura que ni Cortés, ni Bernal Díaz del Castillo, militar español y autor de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, hablaron de esta torre. Fue Andrés de Tapia, otro soldado que acompañó a Cortés, el que sí la menciona en una crónica de ochenta páginas donde da cuenta de la función de este hallazgo, el ritual en honor a Huitzilopochtli, bajo el título Relación de algunas cosas de las que acaecieron al Muy Ilustre Señor Don Hernando Cortés. Relata que los mexicas se levantaban a la medianoche para el sacrificio. Vertían la sangre de la boca, brazos y muslos de soldados capturados y la ofrecían “ante un gran fuego de leña de roble, y salían a echar incienso a la torre del ídolo”, donde había sesenta o setenta vigas “puestas sobre un teatro grande, hecho de cal y de piedra, y por las gradas muchas cabezas de muertos pegadas con cal”, escribió, haciendo hincapié en que se les veía “los dientes hacia fuera”. Las vigas, relató, atravesaban las cabezas a la altura de la sien.

De la estructura sólo se han desprendido 80 cráneos completos para realizar estudios de laboratorio. Foto Héctor Montaño / INAH

No se descarta que, durante el enfrentamiento de tres años por la toma de Tenochtitlán, los mexicas hubieran empalado también cabezas de españoles y hasta de sus caballos. La escena debió haber sido sanguinaria y sacrílega, y quizá por eso no fue incluida más que en la crónica de uno de ellos.

Torre de cráneos Foto Héctor Montaño / INAH

—Era un teatro con dos torres de cabezas humanas. Ésta es una. Todavía no encontramos esas gradas de las que habla Tapia. Pero llegó a tener muchísimos cráneos, aún no sabemos cuántos. Debieron ser guerreros cautivos. Por lo que sabemos, las guerras eran religiosas y capturaban vivos a sus enemigos. Los mexicas cazaban guerreros para ofrendarlos a sus dioses. Los cráneos, se sabe hasta ahora, eran de hombres de 20 a 25 años, casi todos sanos, y hay algunos mayores de 35 —dice Barrera, luego señala un cráneo deforme que seguramente provenía de Veracruz, donde se deformaban las cabezas con tablas atadas desde la infancia.

—¿Y los cráneos de mujeres y niños?

—Se tienen algunas, debieron ser guerreras. Pero son pocos los niños. Tenemos muchas hipótesis. Habría que ubicarnos en el contexto. Iban a ser sacrificados por sus creencias. La muerte era importante para ellos. Morían porque su deseo era ser acompañantes del Sol, que pensaban iba a morir, y había que darle vida —concluye.

Artículo publicado originalmente en Gatopardo por Guillermo Sánchez Cervantes

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