luchas libres
22 de marzo 2019
Por: Lucia OMR

De luchas libres y otros males – texto e ilustraciones por Edgar Clement

Si alguien sabe contar historias es Edgar Clement, uno de los narradores gráficos más virtuosos de la Ciudad de México. Aquí nos cuenta de la lucha libre y su infancia en Ciudad Neza.

Mi primer contacto con “las luchas” fue como el de todos los chiquillos de mi generación, por la televisión. Y luego de que las prohibieran por la tele, pues por el cine. Dejaron de pasar por la televisión porque, según cuenta un rumor y casi leyenda urbana, un niño se mató haciendo un lance en casa tratando de imitar a los “amos del pancracio”. Por cierto, esta retórica épica de las luchas que alude a los luchadores como si fueran dioses o semidioses se le debe a El Mago Septién. En la cinta El Hijo de Huracán Ramírez, podemos disfrutar una de las cultas crónicas de El Mago Septién.

Mi héroe de infancia, desde luego El Santo, el enmascarado de plata. Una vez El Santo dio una exhibición para publicitar un fraccionamiento llamado Ojo de Agua, por allá por los rumbos de Ecatepec o algo así. Me llevó mi padre y el lugar estaba abarrotado. Logré ver a mi ídolo gracias a que mi padre me llevaba sobre sus hombros. Cuando El Santo terminó su exhibición caminó entre la multitud abriéndose paso entre los fanáticos que lo saludaban, querían tocarlo, saludarlo… y de pronto El Santo me miró, y me dio unas palmaditas en el cachete. No recuerdo nada más. Creo que estuve en éxtasis por un buen rato, y a juzgar por la cara de felicidad que pone mi viejo cuando se acuerda del momento, yo debí haberme sentido más que realizado a mis cinco años. Aunque luego, ya mis héroes fueron otros: Blue Demon, por ejemplo.

Blue Demon empezó a ser mi héroe a partir de haber leído una biografía que publicara Editorial Clío. Blue Demon fue un verdadero caballero, chapado a la antigua: si no han leído esa bio, léanla: #recomandabilísima

En 1974 mi familia se mudó a Ciudad Neza. La iglesia del rumbo en ese entonces era una capillita con láminas de asbesto consagrada a La Vírgen de Guadalupe, y terminó llamándose La Lupita porque así le decía toda la gente. La Lupita, como todas las edificaciones fundadoras de Ciudad Neza en épocas de lluvia, terminaba rodeada por una laguna y era necesario acceder a ella a través de puentes improvisados hechos de tablones, piedras y tabiques. La Lupita contaba con un dispensario médico que daba consultas gratis antes de que se edificaran las primeras Unidades Médicas Familiares del IMSS. Tanto el dispensario como la capilla se sostenían con las limosnas y los donativos del vecindario. Pero hubo un día en que la Lupita recibió un buen empujón, y pasó a ser de capilla a iglesia: un padre comenzó a construir la iglesia que imita en su forma a la Basílica de Guadalupe, pero los donativos dejaron de fluir, el padre fue cambiado de iglesia y la obra se detuvo hasta que llegó un nuevo cura que le dio un buen empujón y terminó la obra: el artífice de este “cúlmine” fue un padre que quiero creer jesuita y catalán: el Padre Aníbal. Lo de jesuita catalán lo deduzco ahora ya adulto que conozco cómo operan los jesuitas con el pueblo llano y porque en el acento de los catalanes recuerdo al Padre Aníbal.

Lo primero que me gustaba del Padre Aníbal era su nombre: Aníbal, como el luchador. Lo segundo que me gustaba de Aníbal es que corría a las ratas de iglesia que se la pasaban rezando y chismorreando. ¿Qué haces aquí, mujer? ¡Ya deja de rezar y vete a tu casa a atender a tu marido!. Es el único cura que recuerdo que vivió en el dispensario, no se veía que se clavara las limosnas y siempre estaba chambeando, incluso se le llegó a ver barriendo La Lupita en mangas de camisa. El Padre Aníbal tocaba el acordeón y cantaba. Era un tipazo el Padre Aníbal.

El Mago Septién

Ilustración por Edgar Clement

En alguna ocasión se cayó la transmisión de radio de un importante partido de beisbol, no había manera de transmitirla, lo único que se conocía eran los resultados que fueron enviados por telégrafo. Entonces, con conocimiento de los resultados, el locutor Pedro Septién Orozco INVENTÓ todo el juego frente al micrófono; la audiencia nunca se percató de que fue un partido inventado, salido del ingenio y la información del locutor, que se ganó el apodo de Mago.

Blue Demon


Blue Demon, memorias de una máscara; biografía publicada en 1999 por Editorial Clío. Tiene la característica peculiar que se trata de las mismas memorias del luchador. El libro no presenta autoría, al parecer es una transcripción de los dichos de Blue Demon. La edición del texto corrió a cargo de Mauricio Mejía.

El Santo, el enmascarado de plata

Ilustración de Edgar Clement

Dibujando esta viñeta caigo en cuenta de que El Santo, Don Rodolfo Guzmán Huerta, era una persona alta, porque recuerdo que lo ví a los ojos aún estando yo en hombros de mi padre.

Edgar Clement

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