25 de junio 2024
Por: Mariana Ortiz

Tarot, limpias y brujería: una visita al Mercado de Sonora

Brujería, duendes, santos y una lectura del tarot: fuimos a que nos leyeran el futuro en el Mercado de Sonora.

Para escribir este texto, fui a un lugar de la Merced Balbuena con fama de peligroso desde su fundación en los años 50. Se levanta sobre la avenida Fray Servando Teresa de Mier y está dividido en tres secciones: la de juguetes, piñatas y accesorios para fiestas infantiles, graduaciones o bodas; la de animales como gallinas, perros, gatos e iguanas; y la más interesante de todas, dedicada a la herbolaria, la brujería y las ciencias ocultas. Aunque por décadas fue conocido como el Mercado de los Brujos, hoy solo es el Mercado de Sonora.

Este mercado es famoso por vender tés especiales para varios achaques, collares y pulseras que repelen todo mal, figuritas de plástico y cerámica de Malverde, San Juditas o la Santa Muerte. También hay velas e inciensos de cualquier olor y para cualquier situación; sal rosa para aumentar el amor propio, amuletos de San Lázaro para bendecir espacios y auténticos polvos tapabocas, suerte de hechizo para que los indeseados no hablen más (una parte de mí quiso comprarlos, para qué mentir).

Polvos mágicos de la brujería mercadosonorense

Los locales ofrecen servicios (con la acotación profesionales) de lectura de tarot, trabajitos con magia, limpias, salaciones, desunión de matrimonios, curación y envío de enfermedades. Es un escenario que descoloca incluso a los más escépticos. Hay mantas promocionales y flyers con teléfono y redes sociales de quienes realizan estos trabajos.

Visité el Mercado de Sonora con un fin: que me hicieran un trabajito. No tengo enemigos, pero sí un desconocimiento de la brujería mercadosonorense, así que elegí una lectura de tarot. De ser más valiente o audaz, me hubiera sometido a una entrega de elekes o una cátedra sobre el palo mayombe.

Deambulé por un rato hasta que la vi colgando en el techo de la fila 6. Era una bruja (o “brujah”, como estaba escrito) joven, de aparente piel tersa, blanca como la maizena. El delineado de sus ojos marcaba con fuerza su mirada. Una especie de cuello de plumas le tapaba la boca. Sus cejas delgaditas, como de 2007, dibujaban una curva larga en su frente. Me terminó de convencer la potencia de su nombre: Lukzero Agakhan.

Lukzero Aghakan, la brujah del Mercado de Sonora

Cuando pregunté por ella, me dijeron que Lukzero todavía no llegaba. Di otra vuelta por el mercado, como quien tiene tiempo para perder. Cuando volví, a pesar de que ya había llegado, estaba en otra sesión (con una señora ya mayor, una cliente frecuente que me aseguró que no me arrepentiría). Me afinqué en un banquito de plástico, rodeada de cajas de tarot, velas multicolores y olorosos inciensos. Finalmente, la bruja emergió de un remolino de cortinajes para indicar que era mi turno.

No era quien imaginé. Esta bruja era chaparrita, traía unos pants, un sombrero Aso Oke y un mandil a cuadros. Se parecía más a una abuela sabia. Nada de maquillaje ni blancura imposible. Yo, ilusa, creí que me metería a un cuarto oscuro donde solo estaríamos ella y yo. Tal vez un par de velas y música ambiental con cánticos de algún tipo. En su lugar, solo me llamó hacia una esquina, tapada apenas con una sábana oscura y sucia colgada entre pared y pared. A mis espaldas había varias figuritas de brujos y santos, y un cráneo en una bolsa de plástico, lleno de polvo.

Una sesión de tarot en el Mercado de Sonora

Lukzero comenzó a voltear las cartas y me preguntó si quería saber algo en específico. Incrédula, le pedí que me dijera lo que ella veía. Primero, en voz bajita, me alertó sobre mi estado de salud reproductiva. Después, me comentó que una suma considerable de dinero llegaría a mi cartera. Me aconsejó que no recomendara a nadie en mi trabajo (¿cuál de todos?) y que emprendiera un proyecto de interiorismo dentro de mi propio hogar.

Cuando le pregunté si podía grabar, me pidió apagar mi teléfono y guardarlo lejos. Intenté hacerle preguntas sobre ella, sus años de profesión o las cosas que ha visto, pero solo recibí evasivas. Bien mala onda la Lukzero, porque cuando llegué a mi casa la googleé y resulta que ha salido en videorreportajes, entrevistas (predijo el futuro de México en 2014 para el canal elTOQUE) y toda la cosa. Acepté que así es la mística de la brujería en el Mercado de Sonora, tierra de secretos por todos conocidos. 

Potencias africanas para rezarle a santos internacionales

No quise darle mucha información privada sobre mí. Uno, porque mi mamá me advirtió sobre confiar en desconocidos. Dos, porque de alguna forma eso significaba alimentar el relato que ella estaba creando sobre mí. Pienso en aquellos raperos que se suben a los peseros y crean un beat con las observaciones que hacen de los pasajeros. La brujería de Lukzero estaba atada a las verdades que yo decidiera contarle. Algunas se las concedí, otras no.

En eso se fueron casi 40 minutos. Al final, me ofreció dos ceremonias distintas para, según ella, “guardar mi energía”. Una era más potente y la otra, pues no. La menos intensa costaba diez mil pesos y la de veras buena costaba quince mil. Me quedé pensando en cuál sería la relación entre peso mexicano y energía, pero a Lukzero le prometí considerarlo. Antes de la despedida, intercambiamos celulares como si fuéramos amigas. Ahora que lo miro de lejos, sé que todo lo que me dijo bien pudo ser una mentira. Pero como si la brujería se tratara de otra cuestión de fe, decido creerle, sobre todo la parte de los miles de pesos que me caerán del cielo.

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