La imagen de Don Benito Juárez es icónica, y no hace falta decir por qué. Pero tenemos en la mente su traje al punto, su cabello relamido (dicen que con limón), sus rasgos faciales y su actitud, firme y solemne.  Y entre tantas representaciones del Benemérito de las Américas en todos los formatos imaginables, la Cabeza de Juárez, en Iztapalapa, destaca por -digamos- peculiar.

cabeza de juárez

©Adam Wiseman.

En el corazón de Iztapalapa, en medio de una rotonda en la que confluyen cuatro vías y a la que rodea la avenida Guelatao, se logra ver a la distancia –desde cualquier punto– una enorme masa colorida sobre un arco. Conforme uno se acerca, la masa comienza a tomar forma: es una enorme cabeza. La Cabeza de Juárez. Seis toneladas de peso entre láminas, varillas y alambres recubiertos por colores recrean de manera abstracta las facciones de don Benito Juárez a gran escala.

El artista Luis Arenal, cuñado de Siqueiros (de ahí el acabado), hizo este monumento. De hecho, originalmente lo haría Siqueiros pero se enfermó y se la legó a su cuñado. La escultura colosal tiene en su interior un museo sobre la vida y obra de Juárez y conmemora el centenario de su natalicio.

cabeza de juárez

El culto a la imagen de Juárez en México ha permeado todos los frentes estéticos, y la Cabeza de Juárez es una más de sus manifestaciones. Un referente para todos los que pasan por allí, y de inicio les causa extrañeza. Una peculiar forma de conmemoración que, indudablemente, es mucho más trascendente que cualquier otra representación de su imagen.

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