Bien dicen por ahí que la fe mueve montañas y nada encarna mejor a esta referencia bíblica que el éxodo anual a la Basílica de Guadalupe. Se calcula que el recinto es visitado por unas 20 millones de personas al año y sólo es superado en popularidad por La Basílica de San Pedro en el Vaticano. Te contamos la historia de las dos basílicas que han existido en la CDMX.
Durante el Día de la Virgen de Guadalupe la dinámica de visitar la Basílica se exacerba al punto de recibir a 9 millones de fieles simultáneamente. Junto con el viaje a la Meca o al Muro de los Lamentos; se trata de una de las peregrinaciones más relevantes de la historia moderna, trascendiendo así el tejido religioso e instalándose en el campo de la fascinación social y arquitectónica.
Antigua Basílica de Guadalupe
Es gracias al ‘milagro guadalupano’ (la aparición de la Virgen de Guadalupe en el Cerro del Tepeyac en 1531) que hemos tenido no uno, sino dos templos dedicados a la figura máxima del catolicismo en México. El primero de ellos, la Antigua Basílica de Guadalupe, arrancó su construcción en 1695 bajo el liderazgo del arquitecto novohispano Pedro de Arrieta, responsable también del Palacio de la Inquisición o la Iglesia de Santo Domingo.
Como toda edificación de la época se identificaba plenamente con el barroco, sin embargo; a lo largo de los años sufrió ciertas modificaciones que terminaron dándole un aspecto neoclásico, por lo menos al interior. Al exterior, sus puertas simulan un biombo y las cuatro torres octagonales de sus esquinas son coronadas con mosaicos azules y amarillos estilo talavera, cuyo signficado se asocia a la Jerusalén de Oro, mencionada en el Apocalipsis.
Un atentado de bomba y un par de renovaciones después, la Basílica comenzó a exhibir un deterioro severo, sobre todo por la inestabilidad del suelo sobre el que está construida y el hundimiento diferenciado que presenta. Fue así que, después de 267 años, tuvo que cerrar sus puertas y ceder el protagonismo a otro edificio. Su remodelación tardó 24 años e intentó corregir los más de 3 metros de disparidad sustituyendo el suelo blando con pilotes de control.
La obra fue del ingeniero Manuel González Flores, inventor del sistema de cimentación antisísmica y partícipe en la construcción de la Lotería Nacional y el edificio de la Secretaría de Recursos Hidráulicos. Finalmente reabrió sus puertas en el año 2000 y desde entonces se le conoce como el Templo Expiatorio de Cristo Rey.
Nueva Basílica de Guadalupe
No sólo fueron las dificultades estructurales las que incitaron el levantamiento de una Nueva Basílica de Guadalupe. Había una problemática de capacidad por resolver ya que el anterior edificio colonial, además de peligroso, también era insuficiente para recibir a todos los devotos de la guadalupana. En 1974, al poniente del Atrio, inició la construcción de la nueva casa de la Vírgen con los arquitectos Pedro Ramírez Vázquez (Estadio Azteca) y José Luis Benlliure (Conjunto Aristos) como encargados del diseño.
Se proyectó entonces un edificio circular que, simbólicamente, representa el manto de la Virgen que cobija a todo aquel que la visita –aunque también se dice que alude al relato del Arca de la Alianza, relacionado con las tablas de piedra de los Diez Mandamientos. Su estructura es de concreto armado para aportar ligereza y, por supuesto, se cimentó sobre 344 pilotes de control para evitar futuros hundimientos. Está recubierto con láminas de cobre que, al oxidarse, obtuvieron ese característico tono verdoso que tanto presume.
El hecho de que el interior sea circular y libre de apoyos (es decir, autoportante) hace posible que la imagen de la Virgen de Guadalupe se pueda apreciar desde todos los ángulos interiores de la basílica. Dicha imagen se encuentra detrás del altar, bajo una cruz enorme, en un muro con acabado similar al del plafón. Para una mejor visibilidad y evitar aglomeraciones se construyó por debajo una pasarela mecánica. El altar, por su parte, tiene un acabado único en mármol y está a varios niveles sobre la asamblea, con el objetivo de resaltar este sector particular de la planta.
La obra concluyó en el otoño de 1976 y costó alrededor de $700 millones de pesos que fueron financiados por el empresario Carlos Slim. Admite, en su totalidad, a unos 40 mil feligreses de manera simultánea.