La Alameda del Centro Histórico siempre ha sido considerada como un punto de encuentro para todos los capitalinos, gracias a su magnificencia, vastedad y encanto. Sin embargo, vale la pena recordar que, a lo largo de su historia, el espacio ha sufrido ciertas modificaciones, algunas de ellas trascendentales para generaciones anteriores a la nuestra. Tal es el caso de la desaparición de la mítica Librería de Cristal, alguna vez considerada como la más hermosa del mundo.

Hace 50 años, el corredor que conecta al metro Bellas Artes actualmente, no era peatonal, y albergaba uno de los muchos elementos que abonaron a la sofisticación de la zona: una serpenteante pérgola de mármol, que más tarde se convertiría en la Librería de Cristal.

Esta pérgola (pieza arquitectónica que por medio de vigas y columnas genera un corredor semiabierto), fue ordenada por Porfirio Díaz para embellecer los alrededores del Palacio de Bellas Artes en la Alameda. Durante algún tiempo incluso funcionó como foro al aire libre (aquí exponían los estudiantes de la Academia de San Carlos) hasta que, a principios de la década de los cuarenta, el refugiado español Rafael Giménez Siles presentó un proyecto que contemplaba la creación de una distribuidora de libros exclusivamente iberoamericanos, y un sitio en dónde ofertarlos.

La propuesta, que también incluía una cafetería, foro musical y sala de exposiciones; maravilló al entonces presidente Lázaro Cárdenas, quien brindó todas las facilidades para crear la Editorial Iberoamericana de Publicaciones S.A. (EDIAPSA), y cedió la pérgola de la Alameda para montar la librería.

A la edificación original se le añadió un piso más y fue revestida por amplios ventanales. Se le bautizó como la Librería de Cristal, y su nombre cumplía dos funciones: por un lado, enaltecer su aspecto vanguardista, y por el otro rememorar al Palacio de Cristal de Madrid, en honor a la patria de su benefactor.

La Librería de Cristal, con sus 40 metros de escaparate, se inauguró en 1941 y rápidamente se convirtió en un ícono cultural de la ciudad. El libro ‘Diccionario de la Literatura Mexicana: Siglo XXI’, dice sobre ella:

“Contó con bocinas que hacían llegar la música a los jardines de la Alameda y sus alrededores. Estaba dividida en cuatro departamentos: librería general, libros técnicos, libros infantiles y libros económicos. En la planta alta del tramo sur se instaló una pequeña sala de exposiciones de pintura, y en la misma sala se daban conferencias. La primera fue de Alfonso Reyes”.

La apertura de un centro literario de estas características significó toda una revolución para el modelo que imperaba hasta la fecha. Abría de lunes a domingo de 8 de la mañana hasta pasada la medianoche. Instauró por primera vez el autoservicio, que permitió a los clientes interactuar directamente con los títulos, hojearlos, e incluso no comprar nada y simplemente pasear entre las estanterías. En el Café de Cristal, por su parte, se celebraron prestigiosos círculos poéticos, en los que participaron Salvador Novo, José Vasconcelos y Juan José Arreola, entre otros. Para 1946, el New York Times ya la consideraba la librería “más extraordinaria del mundo”, según un reportaje de Milton Bracker.

Fue en aras de la idea perversa del progreso, que la Librería de Cristal conoció su ocaso. A principios de la década de los setenta, Luis Echeverría -flagrante por su autoritarismo- ordenó la demolición del lugar, a pesar de la contundente oposición del gremio intelectual.

Comparado con el incendio de la biblioteca de Alejandría y calificado como un “increíble atentado contra la cultura”, el edificio de cristal finalmente cayó en 1973. 

Pese a que hoy ya no existen ni pérgola, librería o cristales; lo cierto es que la naturaleza reflexiva del corredor entre Hidalgo y Juárez prevalece intacto en el imaginario popular y, ya sea a la sombra de un árbol o en medio de una banca, el lugar sigue hechizándonos para leer un libro y sostener una buena charla.

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