La Fonoteca Nacional es el santuario del registro auditivo mexicano. Es una hermosa casa del siglo XVIII llamada la “Casa Alvarado” que está dedicada a la investigación y conservación del patrimonio sonoro de México. El concepto “sonidos en extinción” refiere aquellos que se han erosionado del panorama, al punto de casi desaparecer. Y en esta ciudad tenemos muchos. Este es un pequeño recuento de los oficios urbanos cuya sonoridad se ha ido agotando por distintas razones con el pasar del tiempo. Un día ya no se escucharán más (algunos) pero para eso está el registro, para no olvidar:

Sonidos en extinción de la Ciudad de México

sonidos en extinción

El chiflido del afilador

Con un chiflido que sube y baja, el afilador va sobre su bici recorriendo las calles y afilando cuchillos. En la parte de atrás de su transporte lleva un esmeril de piedra en forma de rueda, que al girar roza con los cuchillos y los afila en una lluvia de chispas. De vez en cuando, todavía se puede oír el rechinido de el esmeril al afilar los cuchillos de negocios u hogares; pero sobre todo el chiflido de su flauta que anuncia su paso por las calles.

Escucha aquí. 

El canto del merenguero

Rosas o blancos, con o sin chispas. Al grito de ¡Hay merengueeees! solía ir por la ciudad en su bicicleta mientras balanceaba una tabla con mercancía sobre su cabeza, y al darse la oportunidad, se jugaban sus merengues en un volado.

Escucha aquí.

La melodía del organillero

Los primeros organillos que llegaron al país fueron traídos en el siglo xix por migrantes europeos. Solo se tocaban en eventos sociales de la clase alta del país. Poco después pasarían a las calles a volverse parte del paisaje sonoro urbano. Al girar su manieval suenan los temas grabados en el inconsciente musical colectivo. De toda la lista, el del organillo es sin duda el sonido que todavía se escucha con más frecuencia, aunque otras propuestas de entretenimiento urbano lo han ido desplazando gradualmente.

Escucha aquí. 

El tecléo de la mecanógrafa

La importancia de la mecanografía en el día a día urbano era tal que se escuchaba en todas las plazas. Hoy sólo se puede escuchar en algunas dependencias gubernamentales o en uno que otro café de la zona Roma/Condesa.

Escucha aquí. 

La armonía del pajarero

Cuando era más sencillo tener un patio privado, entre las macetas, los tanques de gas y la pileta se veían unas cuantas jaulas multicolor con pajaritos pequeños,  canarios, o hasta loros que hablaban. El pajarero era quien se encargaba de comerciar las aves de compañía, recorriendo la ciudad con pilas de jaulas a cuestas. Seguido siempre por el canto de sus pequeños acompañantes.

Escucha aquí.

El silbido del globero

Los globeros casi siempre están  públicos, junto a los helados o los reguiletes. Se distinguen por el sonido que hacen con un pequeño silbato para ofrecer decenas de globos de toda clase; traslúcidos, metálicos, grandes o pequeños, con diseños de personajes o con la clásica forma redondeada.

  El quehacer del zapatero

El corte, martilleo, pulido, boleado y pegado de la labor del zapatero ya no es un oficio muy rentable; son cada vez menos los que se especializan en él. Ahora la mayoría de los zapatos dañados y gastados son reemplazados en vez de reparados.

Escucha aquí.

La memoria de una ciudad no se debe solamente a sus espacios, también se debe a los sonidos que se producen en ella. Los factores de la desaparicón de estos sonidos responden a un cambio cultural inevitable, pero su recuerdo pervive como parte de una banda sonora urbana que está llena de fantasmas.

.

Más en Local.mx

“Se escriben cartas de amor”: los escríbanos de la Plaza Santo Domingo