Al ser la sede de los 3 Poderes de la Unión, polo empresarial y turístico –además tener casi 9 millones de habitantes–, resulta natural pensar que en la Ciudad de México convergen historias cuyas tramas van de lo romántico y exitoso a lo sórdido e impensable como complots internacionales para asesinar, robar y cambiar el orden mundial. Lo sabemos de sobra.

Sin embargo ninguna, hasta ahora, resulta más entretenida que El complot mongol, novela negra del escritor Rafael Bernal, en la que se revela un plan orquestado por el gobierno de China para asesinar al Presidente de Estados Unidos durante una visita de estado a México.

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En el ojo de ese huracán de engaño y muerte se encuentra Filiberto García, un matón a sueldo que dio sus pininos durante la Revolución –convertido por las circunstancias en detective– contratado para detener el susodicho complot. Sus pesquisas lo llevan por lugares y restaurantes representativos de la capital en donde se pactan asesinatos y silencios al calor de cervezas, tequilas, tazas de café y vasos de leche.

¿Quieres seguirle la pista a Filiberto García? Estos son los escenarios de la capital mexicana por los que transita García a finales de la década de los 60, y que aún son emblemáticos en la historia de la ciudad.

1. Sanborn’s Lafragua

Bien dicen que si quieres esconder algo no hay mejor forma que hacerlo a la vista de todos. Tanto en la novela de Rafael Bernal como en la vida real, en esta sucursal de Sanborn’s se han desarrollado intrigas y hechos funestos.

Esto tiene que ver, en parte, por su posición privilegiada: está a unas cuadras del Sindicato Mexicano de Electricistas, del Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana, el Senado y las sedes del PRI –nacional y local.

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Imagen: La Ciudad de México en el tiempo | Col. Eduardo Villasana

Por si fuera poco, no muy lejos de ahí en septiembre de 1994, el entonces Secretario General del CEN del PRI, José Francisco Ruiz Massieu, fue asesinado al salir de un desayuno, por Daniel Aguilar Treviño, quien formaba parte de un grupo que orquestó un complot.

Si tenemos eso en cuenta es fácil suponer que en las mesas de ese Sanborn’s se bebe café negro y amargo como las negociaciones “en lo oscurito” que se acompañan con molletes untados con intereses turbios y cremosas enchiladas suizas rellenas de complots gratinadas con sonrisas hipócritas, el especial del día.

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2. Barrio Chino

A finales del siglo XIX, miles de migrantes llegaron a México para trabajar en la construcción de la red ferroviaria de nuestro país. Ellos formaron algunas colonias en el norte con la esperanza de cruzar a Estados Unidos en algún momento.

Para nuestra fortuna no todos lo hicieron. Algunos se establecieron en Ciudad de México y en la zona abrieron negocios y locales en la calle de Dolores, atrás de la Alameda, y así nació el Barrio Chino hace casi 50 años.

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Barrio Chino | © Own work by author: Thelmadatter | CC-BY-SA-3.0

Ellos no vinieron solos, trajeron consigo su milenario conocimiento culinario y pronto surgieron establecimientos legendarios como el Hong Kong, un restaurante sombrío pero animado donde preparan manjares representativos de la cocina china.

Para iniciar la criminal negociación con la cabeza fría, nada como una taza de infusión de jazmín para reducir el estrés y dar paso a la comilona en la que desfilaran platillos como costillas de cerdo, rollos primavera –con esa textura crocante–; platos al centro de arroz frito con verduras, bien sazonado con salsa de soya, cerdo en salsa agridulce en el que la proteína rebozada recibe un baño generoso de salsa que contrasta los sabores salados y dulces, ideales para cerrar un pacto de silencio y complicidad.

¿Quién iba a decir que las intrigas y los sabores asiáticos fueran tan bien de la mano?

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3. Café La Pagoda

Nacido originalmente en la calle Gante a finales de 1934, y bajo el nombre de Café París, este lugar puede jactarse de haber sido uno de los puntos de encuentro más importantes del jet set artístico, intelectual y político durante el turbulento periodo de entreguerras.

Entre la pléyade de parroquianos del entonces Café París encontramos nombres como: José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Jesús Reyes Heroles, André Bretón, Rufino Tamayo, Octavio Paz y una larga lista de personajes. El lugar también sirvió como punto de reunión para artistas y científicos exiliados del fascismo durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que –al menos en ese entonces– podemos deducir que era EL lugar, una versión tropicalizada del Café de Rick, el memorable y ficticio cabaret de la película Casablanca.

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Si bien ya pasaron los mejores días de este local, ahora ubicado en la calle 5 de mayo, combina una excelente relación calidad-precio con un horario de 24 horas. Por ello es el lugar obligado para hacer una parada y reponer energías con un pan y un café lechero, o una ensalada o un Club Sándwich a la hora que sea sin importar si estás tras la pista de un complot internacional o simplemente quieres bajar la borrachera, a un buen precio, y con platos abundantes.

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4. La Ópera Bar

Ninguna historia de detectives está completa sin un trago de alcohol que enjuague de la boca el sabor a derrota o que se levante en alto para celebrar la victoria. En este caso, la elección de Filiberto García es la cantina Bar Ópera, un local establecido en 1895 en el cual el personaje presenta su lado más íntimo y humano.

Entre vasos jaiboleros y cubas campechanas, el antihéroe de Rafael Bernal muestra lo mejor de sí al Licenciado, un tímido burócrata y distinguido habitante del estado de ebriedad, que hace las veces de conciencia –provocando la introspección del matón de buen corazón y sólidos principios–, o bien le da información a cambio de caballitos de tequila y tacos de ubre para despejar la mente. Aunque ya no maneja el menú por copa de las cantinas de antaño, a la carta ofrece algunas especialidades cantineras clásicas como el pulpo a la gallega, la lengua a la veracruzana y los caracoles.

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© David Márquez

Así, Filiberto se une a la grey de los parroquianos de este lugar como lo fueran –en algún momento– Porfirio Díaz, Manuel Romero Rubio, Miguel Alemán, Ernesto Uruchurtu o Carlos Fuentes y su tocayo Carlos Monsiváis o el mismísimo general Francisco Villa, quien añadió un balazo al techo a la notable decoración de principios de siglo XX de este local.

¡Pinche Filiberto! ¡Pinche ciudad!