Este año difícil llega a su fin, y entonces se hacen los recuentos –de lo que pasó, de lo que pasará. Pero a pesar de haber sido complicado, este año nos sorprendió con buenas propuestas, lugares entrañables, comida bien hecha… Hacemos el recuento de 5 restaurantes que lo hicieron especialmente bien y aportaron algo a la vida de los capitalinos, desde una perspectiva particular. A fin de cuentas, son los rasgos más específicos los que definen a los sitios que se quedan en la memoria. En este caso, en la memoria capitalina del 2017.

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Cicatriz Café

A principios de año Cicatriz llegó a la Plaza Washington, la esquina más afortunada de la Juárez y quizás de toda la Cuauhtémoc. Es redonda y es iluminada en el día y tranquila en la noche. Y Cicatriz, que es café por las mañanas y bar por las tardes, llegó como un vecino respetuoso, querido, como si llevara ahí mucho más tiempo. Quizás se deba a que aunque es bar, no es ni muy ruidoso ni larguero (cierra alrededor de las 12). Y por supuesto que por algunos detalles que lo vuelven entrañable: su ventanal por donde entra la mejor luz de día, su luz cálida de noche y su breve menú por las noches con un sandwich de pollo frito que nadie más prepara así.

Café Milou

restaurantes 2017

Aún con el poco tiempo que lleva abierto, a Café Milou ya se le considera uno de esos restaurantes que no fallan. Este diminuto local es un alma vieja. Es un alma vieja, que remite a algún café parisino o a esos escasos restaurantes de la Condesa que han sobrevivido a las mutaciones de la colonia y que se mantienen cariñosos, de vecinos. Pero sobre todo con excelente comida y precios justos.

Mientras muchos otros restaurantes insisten en autodenominarse “de barrio”, Café Milou se lo gana a pulso y con rapidez.

 

Loup bar

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Loup es un bar de vinos naturales. Es decir, con mínima intervención tanto en la tierra como en el proceso de vinificación. Y este es el primer bar que lo hace como una propuesta redonda, porque no había antes algo parecido en la ciudad.

Los vinos son los protagonistas: pueden ser espumosos, como un Col Fondo; blanco como La Rumbera o Blanc d’ Pacs; tinto como Rey del Glam,  Mathieu Barret, Erebere, Pet Nat, que son nuestros preferidos, pero hay muchos más.

 

Caldos Ánimo

Desde que abrió Ánimo se corrió la voz que en la Nápoles preparaban una aberración que podría estar bien: el  “birriamen”. Pero más que por la invención, Caldos Ánimo se merece un lugar especial en la memoria capitalina de este año por ser reconfortante, ser salvavidas de crudas, por dedicarse a la maternal labor de hacer caldos. Ahí encuentras dos que poco se conocen fuera de las casas sonorenses: el caldo sonorita de res (que allá se llama “gallina pinta”): caldo con carne de res, nopales, maíz pozolero y frijol bayo. Y el caldo norteño de queso, hecho a base de queso, papa y pollo con un toque de crema de rancho, rajas de chile poblano y quelites de temporada.

 

Delirio Pushkin

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En junio, Mónica Patiño abrió otro Delirio frente al parque Pushkin, en el local que fue una cantina por décadas. El espacio guarda el “aura” cantinera de La Auténtica y le otorga una vida nueva, en una especie de reencarnación, donde se disfrutan los platillos de la ya consolidada gastronomía mediterránea y mexicana que Mónica y Micaela (su hija) hacen tan bien. Los más tempraneros podrán pasar por café y pan dulce desde las 8 am, o bien, comer allí los desayunos de Delirio. Los tradicionales también persisten: tortas, baguettes, tablas de quesos, gazpacho, hummus, jocoque, aceitunas negras.

Como Mónica dijo el día de la apertura, este espacio es “un lugar de gente normal para gente normal”. Trago tras trago, los que la visitan charlan y luego juegan cubilete o dominó.

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