Los dioses habitaban en forma de quetzal la copa de una ceiba, según una de las narraciones del Popol Vuh. El quetzal forma parte de nuestro imaginario no sólo por la historia maya, también por la mexica: se dice que el penacho del huey tlatoani Moctezuma fue confeccionado con plumas de éste pájaro, además de otras aves como la cotinga azul y la espátula rosada. A partir de éstos referentes precolombinos y otros modernos el artista Eduardo Sarabia presenta la exposición Serpiente emplumada y otros festejos en el Museo Tamayo.

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Los protagonistas de la exposición son una multiplicidad de aves de barro y cerámica pintadas con colores radiantes y colocadas sobre una base blanca en un amplio muro blanco. En contraste al tiempo inerte de los pájaros se encuentran unas pinturas con acrílico que representan el tiempo cíclico y juntos presentan una gran ceiba verde y frondosa alrededor de la cual bailan cuerpos dispuestos del mismo modo que en las obras Dance de Henri Matisse hechas en 1909 y 1910.

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En esta exposición, más que tomar una postura, Eduardo Sarabia abre varias preguntas. Primero cuestiona nuestro papel frente al cuidado de la naturaleza, ya que varias especies de los pájaros que se exhiben están en extinción. También nos pregunta cuáles son nuestros ritos y mitos actuales, a qué política le rendimos culto y frente a qué bailamos. Finalmente, nos hace pensar en qué es México, cuál es su identidad y dónde está, si es que aún existe, nuestro árbol sagrado.

La exposición sin duda vale la pena y para nosotros se dibuja como otra manera de celebrar la Historia de nuestro país.

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El Museo Tamayo —fundado en 1981, tiempos en los que la política cultural se enfocaba exclusivamente en la producción local— fue el primer museo de arte contemporáneo en México y el primero en surgir de una colección privada. El recinto fue concebido como una pieza más de la colección del museo, y su diseño en forma piramidal, a cargo de los arquitectos Abraham Zabludovsky y Teodoro González de León, convocados por el mismo Tamayo, se realizó de manera que se integrara armónicamente al entorno, sin invadir el bosque.

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