White, therefore has this harmony of silence… It is not a dead
silence, but one pregnant with possibilities.

–Kandinsky en The Art of Spiritual Harmony

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Pocos artistas llegan al mundo del arte de manera tan espontánea como Robert Ryman. Para cuando este joven de Nashville, Tennesse, se mudó a Nueva York a los 22 años, nunca había visto una sola pintura.

Podía no conocer nada de ese mundo, pero Ryman tenía la música. Era un saxofonista prometedor que aparentemente se mudaba allí en busca del sueño neoyorquino. Sin embargo, en su timidez y espíritu experimental, la búsqueda apelaba a algo más: este enclenque veinteañero, pálido y de ojos negros, se preocupaba menos por el escenario y la fama que por el universo de posibilidades que se desdoblan de los instrumentos.

Ryman

Al poco tiempo de llegar a NY, Ryman entró a trabajar como guardia del MoMa. Horas y horas en las salas de aquel museo hicieron de él un aprendiz de Matisse, Rothko y de todo lo que colgaba y cambiaba en esas inmensas paredes blancas. Así, cambió la herramienta del saxofón por la brocha –aunque nunca dejó atrás la música–. Además de ser la musa de su obra, la música –en especial el jazz– tiene mucho que ver con cómo pensaba la pintura: como un desafío por encontrar la materialidad, ya sea en la pintura misma o en la experimentación e improvisación, ambas disciplinas que guardan un infinito abanico de posibilidades de composición.

Hoy, el Museo Jumex muestra medio siglo de su revolucionario trabajo por medio de 24 piezas que recomendamos muchísimo ir a ver.

Ryman  Ryman Ryman

Hasta el 30 de abril, entrar a la sala 2 del Jumex implica descubrir en las superficies blancas un mundo de potencialidades. Pero hay que observarlas con calma. Aunque aparentemente sea sólo blanco sobre blanco, las piezas de Ryman se develan como tiempo, energía y música contenida. Cada una se activa con la luz y la observación del espectador, quien, si las examina con detenimiento, logra descubrir en ellas texturas, densidad y muchos más colores.

Así lo señaló Courtney J. Martin, la curadora de la exposición organizada por la Dia Art Foundation: “Realmente ninguna de sus pinturas son blancas. Si se aprecian de cerca, son de tonos y matices diferentes. Es en realidad una conversación con la luz, con la iluminación”.

El blanco permite entablar un diálogo con lo que sucede fuera del marco. Elementos como los tornillos, las grapas y la madera del bastidor; es decir, el soporte en sí es parte medular de su obra.

Ryman

La muestra Robert Ryman en el Museo Jumex es una invitación a conocer este blanco que no es blanco sino una cualidad que permite “hacer que las cosas sucedan con la pintura”. Su blanco permite hacer melodías más que canciones. Composiciones más que historias. En fin, ofrece a nuestra atrofiada percepción un respiro de la torrente de imágenes a la que pareciera que se encuentra eternamente sometida.

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