La exposición de Otto Dix Violencia y pasión inicia con una perspectiva sobre la identidad del artista mediante sus obras más tempranas: un tipo retador en perpetua contemplación de sí mismo y del mundo que lo rodea.

Su vida y obra se ven marcadas por las guerras, aunque su cosmovisión se mantiene uniformemente sombría durante el desarrollo cronológico de sus creaciones. Equipado con una increíble memoria visual y una filosofía nihilista, partió a las trincheras del frente Germano-Francés durante la Primera Guerra Mundial. Ahí asumió el rol de testigo de las aberraciones, brutalidades y la plaga de muerte durante la guerra, y durante este tiempo hizo múltiples grabados y dibujos de la cotidianidad en las trincheras. Podredumbre, muerte, muerte, muerte, muerte, muerte y más muerte. Dix habla con su pincel, pero si tuviera que ponerle palabras en la boca al juzgar su obra, diría a gritos: ¡NO HAY GLORIA EN LA GUERRA! ¡NO HAY GLORIA EN LA MUERTE!

En algunos grabados del tiempo de la Primera Guerra, se alcanza a contemplar una dualidad. En una obra se ve un sol pálido, obsoleto, casi como si no estuviera ahí a pesar de que ocupa la mitad del espacio en la imagen. Las penumbras se sobreponen a la luz. La dualidad de Dix no es un balance, simplemente es un elemento desesperanzado: una mera declaración de que la luz ha sido opacada por los actos del hombre.

Otto Dix

Durante el interbellum, Dix empieza a experimentar entre el cubismo, el futurismo y el dadaísmo sin dejar el realismo que definió sus primeras obras. Dix frecuenta burdeles, circos y todo tugurio repleto de anormales. Sus retratos siguen siendo contrastantes, ahora entre las clases sociales alemanas: los abusos y el exceso de la burguesía opuestos a la miseria de la mayoría. La gama de contrastes de Dix habla por sí sola, siempre recargándose a colores sombríos pero conservando un espectro de lucidez mínimo.

Otto Dix

Dix retrata prostitutas y fenómenos pero no busca una estética convencional en sus creaciones sino un fiel recuento de la realidad. Ama ilustrar la decadencia natural del ser humano prefiriendo retratar prostitutas viejas, experimentadas y haciendo énfasis en sus arrugas y todo rastro que deje el tiempo en el cuerpo humano. Tal como Charles Baudelaire, busca encontrar la estética del mal.

Hay muchas obsesiones en la obra de Dix: su mirada retadora en los autorretratos; las manos simulando a Cristo cubriendo sus llagas en la costilla; San Cristóbal y el niño Jesús; muerte, decadencia, guerra, paz. Todas son recurrentes durante todas sus etapas. Por esto durante el Tercer Reich, el partido Nacional Socialista determinó que la obra de Dix era arte grotesco y ordenó la quema de muchas de sus obras. Dix se resigna a las montañas de Baviera y se dedica a pintar “inofensivos paisajes” todos recargados de imágenes apocalípticas: bosques demacrados, tierras baldías, sangrientos atardeceres, etc. Encuentra una manera simbolista de seguir con su protesta, pasando desapercibido.

Otto Dix

Las pinturas de Dix encuentran cierta iluminación a partir del nacimiento de su hijo antes de la Segunda Guerra y a partir de ahí muestra una decadencia esperanzadora. La luz llega por fin a su paleta. No es hasta sus últimos años, después de las guerras, cuando encuentra la paz y la conciliación con la muerte y el mundo que lo rodea.

Otto Dix es un personaje multifacético, un gran guía a través de la situación histórica/social europea de la primera mitad del siglo XX. Su obra es única, conmovedora y fascinante. La exposición en el MUNAL es necesaria para cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad.

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