Muchas de las veces el anhelo de salir momentáneamente del ajetreo citadino implica, aunque sea, un breve viaje por carretera. Sin embargo, al sur de la CDMX y a tan solo 200 metros de la Av. Insurgentes; existe un lugar donde el verdor del bosque y el vaivén del arroyo, se camuflan entre el espesor del concreto. Estamos hablando del Parque Nacional Fuentes Brotantes, un imprescindible en el cotidiano de los vecinos tlalpeños, ideal para escapar de la monstruosidad capitalina sin salir de la gran ciudad.

La historia de este singular parque nacional, sumido en una barranca en medio de la mancha urbana, retrocede incluso a que Tlalpan formara parte del Distrito Federal. Durante más de siglo y medio acogió a la icónica Fábrica de Hilados y Tejidos La Fama Montañesa, primera compañía textil del Valle de México, que se benefició ampliamente de los recursos hidráulicos de la zona. La Fama Montañesa -que después se alimentaría de energía eléctrica- fue la última de las tres industrias establecidas en Tlalpan en cerrar y, aunque los telares dejaron de crujir en la década de los noventa; su legado está enraizado en el barrio obrero al que dio lugar, que hoy día porta orgulloso el mismo nombre.

Después de una serie de conflictos por el acaparamiento de recursos entre los dueños de la fábrica, los locales y el ayuntamiento, finalmente se decretó en 1936, gracias al presidente Lázaro Cárdenas, que las Fuentes Brotantes se convirtieran en parque nacional. El mandato original contemplaba 129 hectáreas pero, actualmente, sobreviven únicamente ocho. Desde entonces y hasta la fecha, la delimitación territorial es una de las mayores problemáticas a superar. Los asentamientos irregulares se devoraron poco a poco a la reserva y se tiene registro de al menos 150 viviendas dentro de los límites del parque, que cuentan con luz, teléfono y recolectan agua del riachuelo para sobrevivir.

De terreno abrupto y pedregoso, el Parque Nacional Fuentes Brotantes integra en su paisaje un lago artificial, senderos naturales cuesta arriba, juegos infantiles y, por supuesto, una sutil corriente que se alimenta de pozos procedentes de la Sierra del Ajusco. Al principio, a este conjunto de manantiales se les conocía como “Las Fuentes” y estaban rodeados por frondosos bosques de alcanfor. Para la década de los 30 aún existían 16 manantiales pero, en el transcurso de unos 80 años, esa cifra se redujo a 4. El lago, protagonista absoluto del complejo, se abastece de uno de ellos y detrás de su enrejado protege a un enorme ahuehuete, además de especies introducidas como patos, tortugas y peces.

En cuanto a los senderos, hay que andarlos con cuidado dada su accidentada topografía. Emanan un relajante aroma a eucalipto que se desprende de los muchos árboles de esta especie que hay. Fresnos, cedros, encinos, pinos y matorrales xerófilos (clásicos del sur de la ciudad) también forman parte del panorama, amén de algunos anfibios, lagartijas, aves y roedores que conforman la menguada fauna endémica del lugar.

Por si lo anterior fuera poco, las Fuentes Brotantes esconden un sincretismo único, asociado al mito de ‘La Llorona’. En 1622, Don Pedro de Leyva quedó hipnotizado por una hermosa mujer que, supuestamente, salió del lago. Perdió la razón por ella y, en su afán de volver a encontrarla, se ató unas piedras a los tobillos y se lanzó a lo profundo del estanque. Años después la historia se repetiría con un tal Dionisio Yepes: se dice que quedó ciego tras intentar ayudar a una misteriosa mujer que se encontraba, justamente, a la orilla del lago. Es así que la clásica leyenda mexicana se ha afianzado en los alrededores del parque y, algunos, aún temen encontrarse con la dama de blanco.

Un oasis en medio del desierto. Eso representa el Parque Nacional Fuentes Brotantes para los capitalinos. Está ubicado a tan solo 1 cuadra del Metrobus del mismo nombre en el pueblo de Santa Úrsula Xitla. Abre todos los días de las 6 de la mañana a las 6 de la tarde y la entrada es completamente gratuita.